La Foto Definitiva
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Mientras trataba de enfocar, él me miró resoplando con su carita bien perfilada. La nariz diminuta, los ojos grandes y negros. Se removía ansioso en la butaca. «¿Ya estás de hacer la foto?», me preguntó con hastío. «Ya estoy», le respondí yo para complacerlo. Aunque no era verdad, no estaba, nunca estoy, es difícil topar con la foto definitiva, siempre la ando buscando. «Bueno, una más», le rogué a renglón seguido. Él consintió resignado e hizo un gesto moviendo ligeramente el rostro, como si en realidad hubiera accedido a medias. Yo disparé sin dudar. Después se bajó de la butaca y me pidió si podía enseñarle las fotos. Le dije que no, que esa cámara no era digital. «Es una cámara analógica, funciona con carrete», le aclaré. «Hay que llevar las fotografías a revelar a un laboratorio», añadí. Aquello lo dejó intrigado, aunque no hizo más preguntas. Pensé que con el paso de los días se olvidaría del asunto de las fotos, pero no lo hizo. En un par de ocasiones me preguntó cuándo estarían, a lo que yo siempre le respondía lo mismo: «Pronto».
Por fin llegó el día en que tuve los negativos escaneados. Le propuse ver las imágenes y él rápidamente me dijo que sí y se subió a la mesa donde estaba trabajando. Esperaba impaciente con la cara pegada a la pantalla del ordenador. Le pedí que me dijera cuál de todas las fotos del carrete le gustaba más, se las fui mostrando una por una. Él las escudriñaba silencioso. De repente apareció la foto en que movía el rostro y exclamó señalándola con el índice: «¡Esta!». A mí me dio la sensación de que se acordaba del momento de la captura, de que la había estado esperando, como si en aquella foto, en la que su cara aparecía algo desdibujada, él tratara de decirme mucho más que en las que estaba quieto. Un mensaje oculto quizás. Un mensaje que se me revelaba a medias. Un mensaje que permanecía mitad luz mitad sombra. Tal vez aquella era la foto definitiva, pensé para mí, la foto que siempre andaba buscando. ¿Cómo podía estar segura? Cuando intenté despejar dudas y le pregunté por qué había escogido aquella imagen precisamente, él se limitó a encogerse de hombros y a arrugar su nariz diminuta, ahora apenas reducida al tamaño de una chincheta. «Otro día hacemos más fotos», le dije. «Vale», me respondió él con aire despreocupado.
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Translated by chat gpt
While I was trying to focus, he looked at me with a sigh, his well-defined little face. The tiny nose, the large black eyes. He fidgeted anxiously in the «Are you done taking the photo?» he asked wearily. «I am», I replied to please him, although it wasn’t true. I never am, it’s difficult to come across the definitive photo; I’m always searching for it. «Well, just one more», I begged him right away. He reluctantly agreed and made a gesture, slightly moving his face, as if he had actually agreed only halfway. I shot without hesitation. Then he got out of the chair and asked if he could see the photos. I told him no, that this camera wasn’t digital. «It’s a film camera; it works with a roll of film», I clarified. «You have to take the photographs to be developed at a lab», I added. That left him intrigued, although he didn’t ask any more questions. I thought that with the passing of days, he would forget about the photo matter, but he didn’t. On a couple of occasions, he asked when they would be ready, to which I always replied the same: «Soon».
Finally, the day came when I had the negatives scanned. I suggested we look at the images, and he quickly agreed, hopping onto the table where I was working. He waited impatiently with his face glued to the computer screen. I asked him to tell me which of all the photos on the roll he liked the most, showing them one by one. He scrutinized them in silence. Suddenly, the photo where he moved his face appeared, and he exclaimed, pointing at it with his index finger, «This one!» It seemed to me that he remembered the moment of capture, that he had been waiting for it, as if in that photo, where his face appeared somewhat blurred, he tried to tell me much more than in the ones where he was still. Perhaps a hidden message. A message that was revealed to me halfway. A message that remained half-light, half-shadow. Maybe that was the definitive photo, I thought to myself, the photo I was always looking for. How could I be sure? When I tried to dispel doubts and asked why he had chosen that particular image, he just shrugged and wrinkled his tiny nose, now barely reduced to the size of a pushpin. «Another day, we’ll take more photos», I said. «Okay», he replied with an indifferent air.