Todos los muertos que me construyen I
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Ese segundo elemento que viene a perturbar el studium lo llamaré punctum; pues punctum es también: pinchazo, agujerito, pequeña mancha, pequeño corte y también casualidad. El punctum de una foto es ese azar que en ella me despunta (pero que también me lastima, me punza).
ROLAND BARTHES
Un amigo vino a verme de lejos en un sueño, y en el sueño le pregunté: ¿Has venido en fotografía o en tren? Todas las fotografías son un medio de transporte y una expresión de ausencia.
JOHN BERGER
Fotografía nº1
Es la primera imagen (al menos que yo tenga constancia) en la que aparezco. Todavía no se me ve, vivo oculta dentro de la barriga de mi madre. A oscuras, bajo capas de epidermis. En la fotografía mi madre, Pepi, aparece de perfil, medio desnuda. Es un retrato en blanco y negro. Se le ve el vientre abultado, la piel tersa. Los pechos se le han puesto grandes, los pezones oscuros. Está junto a una ventana con doble cortina. Una de ellas está recogida y hace el efecto de ser un teatro donde se ha levantado el telón. Como una función que está a punto de comenzar. Tal vez sea la mía, la función de una vida que se abre camino. Ella con delicadeza sujeta un visillo blanco y vislumbra la calle. La luz suave entra por la ventana y perfila sus rasgos: su nariz puntiaguda, las mejillas algo más regordetas de lo habitual, el pelo castaño ondulado. Toda la escena parece de ensueño, si no fuera por la expresión de ella, entre ensimismada y melancólica, como ausente.
Una vez leí en una agenda de mi madre: «Hoy hace veinte años que cometí el error más grande de mi vida: casarme con Domingo. Suerte que tuve a Xènia». Así de contundente era la nota, así de descarnada. Suerte que tuve a Xènia; de alguna manera, en mi naturaleza intrínseca, además de una serie de genes heredados, venía arraigada esa frase. Mi misión, pues, era clara: enmendar un error, proporcionar alivio, ayudar a sobrellevar algo que no debería haber ocurrido. El resultado de una fórmula D+P=X, donde la X soy yo, Xènia, la solución a un matrimonio fracasado, la recompensa a siete años de relación insatisfecha, el pequeño acontecimiento positivo después de largos periodos de pesadumbre.
Pero en el momento de la foto yo no soy consciente de nada de todo eso. Apenas tengo el tamaño de una sandía, floto feliz en líquido amniótico. Aislada del frío, del ruido, del dolor. Vivo despreocupada en mi mundo esférico, alimentada a través de un cordón, aferrada a un instinto primario que prevalece por encima de todo: sobrevivir.
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translated by chat gpt
That second element that comes to disturb the studium, I will call it punctum; for punctum is also: a prick, a little hole, a small stain, a little cut, and also chance. The punctum of a photo is that chance that pricks me in it (but also wounds me, pierces me).
ROLAND BARTHES
A friend came to see me from afar in a dream, and in the dream, I asked him: Have you come in a photograph or by train? All photographs are a means of transport and an expression of absence.
JOHN BERGER
Photograph No.1
It is the first image (at least to my knowledge) in which I appear. I am still not visible, living hidden inside my mother’s belly. In the darkness, under layers of epidermis. In the photograph, my mother, Pepi, appears in profile, half-naked. It is a black and white portrait. Her bulging belly is visible, the skin smooth. Her breasts have become large, the nipples dark. She is next to a window with double curtains. One of them is pulled back and gives the effect of being a theater where the curtain has risen. Like a play that is about to begin. Perhaps it is mine, the play of a life finding its way. She delicately holds a white curtain and glimpses the street. Soft light enters through the window and outlines her features: her pointed nose, cheeks slightly plumper than usual, wavy brown hair. The whole scene seems dreamlike if it weren’t for her expression, between introspective and melancholic, as if absent.
Once I read in my mother’s diary: “Today, it has been twenty years since I made the biggest mistake of my life: marrying Domingo. Luckily, I had Xènia.” The note was as decisive as it was raw. Luckily, I had Xènia; somehow, in my intrinsic nature, in addition to a series of inherited genes, that phrase was rooted. My mission, then, was clear: rectify a mistake, provide relief, help endure something that shouldn’t have happened. The result of a formula D+P=X, where the X is me, Xènia, the solution to a failed marriage, the reward after seven years of dissatisfying relationship, the small positive event after long periods of sorrow.
But at the moment of the photo, I am not aware of any of that. I am barely the size of a watermelon, happily floating in amniotic fluid. Isolated from the cold, the noise, the pain. I live carefree in my spherical world, nourished through a cord, clinging to a primal instinct that prevails above all: survive.