Todos los muertos que me construyen III
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Fotografía nº3
Tengo unos siete años. Aparezco cogida de la mano de mi abuela en una playa de Blanes. Bueno, no es exactamente una playa, es una zona arenosa del puerto donde desembarcan a los turistas que llegan con las golondrinas. Mi abuela odiaba ir a allí porque las barcas echaban la gasolina al mar y el agua quedaba cubierta de una capa aceitosa. Luego le daba repelús bañarse. A ella le gustaba más ir a la cala de Santa Anna, un paraje lleno de rocas donde el agua estaba limpia. Pero hacía el esfuerzo para contentar a una amiga suya: la Tona. Una mujer teñida de rubia platino, con la piel del color del Café Frappé, tostada por el sol. La recuerdo con su pelo liso y sedoso, media melena dorada y las uñas de los pies pintadas de un rojo mercromina. Tenía la voz quebrada de tanto fumar. La Tona insistía siempre en ir a la playita de las barcas, decía que era la que le quedaba más cerca de casa. Supongo que cuando lo que te gusta es fumar ducados sin parar y freírte al sol, lo de bañarte en un mar lleno de aceite es lo de menos. Así que, aunque mi abuela cada mañana solía hacerse la remolona, allí acabábamos las tres: la Tona, mi abuela y yo. A mí me gustaba ir con ellas a la playa porque eran atentas conmigo; siempre me decían piropos y nunca me ponían pegas cuando les pedía que jugáramos a las cartas. Recuerdo, además, que me divertía el hecho de que ninguna de las dos dijera bien mi nombre (Xènia). Me llamaban Senia, como la tienda de muebles. Senia esto, Senia lo otro, Senia quédate en el agua donde te veamos, no vaya a venir una de esas barcas chuchú y te atropelle.
La fotografía está ligeramente desenfocada, pero eso no le resta encanto, más bien al contrario. Mi abuela de pie sonríe divertida. Lleva una diadema de toalla amarilla que le empaca todo el pelo y un biquini verde de flores que combina con un collar de coral blanco. Con la mano derecha se atusa el pelo por detrás y tiene una pierna semiflexionada con el pie en punta, como si hiciera una postura de ballet. Yo llevo un bañador de color rosa chicle y una coleta voladora capturada a medio giro. Detrás nuestro se ve la popa de un barco con dos cubiertas. En el nivel de arriba hay dos turistas con pinta de alemanes, la piel quemada de color cangrejo y camisetas de talla extra grande. También aparece una señora con pamela y un vestido azul con volantes.
Pienso en mi coleta al viento y la postura bailarina de mi abuela y me imagino que las dos nos ponemos a bailar al ritmo de Para bailar la bamba. Mi abuela contonea las caderas. Izquierda, derecha, izquierda, derecha. Para bailar la bamba se necesita una poca de gracia. Yo también me muevo, aunque de forma más anárquica y sacudo la coleta al ritmo de la música. Ahora los turistas del barco chuchú nos hacen el coro: «Bamba, bamba, tururú…». Mueven los brazos y se chocan apretujados unos contra otros. La señora del vestido azul baila y los volantes se mueven como si tuviera espasmos. La Tona también canta con su voz grave: «Yo no soy marinero, soy capitán, soy capitán». Mi abuela y yo terminamos de bailar entre aplausos y nos zambullimos en el agua aceitosa. Todo el cuerpo nos brilla como si fuéramos mujeres galácticas. Chapoteamos y sonreímos felices en nuestro paraíso de burbujas de gasolina.
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translated by chat gpt
Photograph No. 3
I am about seven years old. I appear holding hands with my grandmother on a beach in Blanes. Well, it’s not exactly a beach; it’s a sandy area of the port where tourists disembark from the pleasure boats. My grandmother hated going there because the boats discharged gasoline into the sea, leaving the water covered with an oily film. It gave her the creeps to swim afterwards. She preferred going to Cala Santa Anna, a place full of rocks where the water was clean. But she made the effort to please a friend of hers: Tona. A woman dyed platinum blonde, with skin the color of Frappé Coffee, toasted by the sun. I remember her with her straight and silky hair, a golden shoulder-length, and toenails painted in a mercurochrome red. Her voice was broken from smoking so much. Tona always insisted on going to the little beach by the boats, saying it was the closest to her home. I suppose that when what you like is chain-smoking Ducados and frying in the sun, bathing in an oil-filled sea is the least of your concerns. So, even though my grandmother used to play coy every morning, the three of us ended up there: Tona, my grandmother, and me. I liked going to the beach with them because they were attentive to me; they always complimented me and never objected when I asked them to play cards. I also remember that I found it amusing that neither of them pronounced my name correctly (Xènia). They called me Senia, like the furniture store. Senia this, Senia that, Senia stay in the water where we can see you, so one of those little boats doesn’t come and run you over.
The photograph is slightly out of focus, but that doesn’t diminish its charm; on the contrary. My grandmother is standing, smiling playfully. She wears a yellow towel headband that wraps around all her hair and a green floral bikini that matches a white coral necklace. With her right hand, she tidies her hair from behind, and one leg is semi-flexed with her foot pointed, as if in a ballet pose. I’m wearing a bubblegum pink swimsuit and a flying ponytail caught in mid-twirl. Behind us, you can see the stern of a boat with two decks. On the upper level, there are two tourists who look German, their sunburned skin lobster-colored, wearing extra-large T-shirts. There is also a lady with a wide-brimmed hat and a blue dress with ruffles.
I think about my windblown ponytail and my grandmother’s dancer pose, and I imagine that we both start dancing to the rhythm of “Para bailar la bamba”. My grandmother sways her hips. Left, right, left, right. To dance the bamba, you need a bit of grace. I also move, although more anarchically, and shake my ponytail to the beat of the music. Now the tourists on the boat join us in the chorus: “Bamba, bamba, tururú…” They move their arms and squeeze against each other. The lady in the blue dress dances, and the ruffles flutter as if having spasms. Tona also sings with her deep voice: “Yo no soy marinero, soy capitán, soy capitán.” My grandmother and I finish dancing to applause and dive into the oily water. Our entire bodies shine as if we were galactic women. We splash around and smile happily in our paradise of gasoline bubbles."